Charles Perrault.
Había una vez una Ratita que era muy
presumida, todos los días barría la escaleras cuando uno día de pronto, algo le
llamo la atención. Era una moneda de oro. Después de pensarlo durante mucho
tiempo, decidió quedársela para comprase un lazo rojo que colocaría en su
rabito.
Al día siguiente, salió rumbo al mercado
con la moneda en su bolsillo. Cuando llegó, pidió al tendero que le vendiera un
trozo de cinta roja, la mejor de todo el mercado. La compró y regresó a casa.
Cuando llegó, se paró frente al espejo y se colocó el lacito en el rabo. Estaba
tan bonita, tan bella que no podía dejar de mirarse.
Salió al portal para lucir su nuevo lazo,
y entontes se acercó un gallo.
-
Buenos días, Ratita. ¡Qué
guapa que estas hoy!- dijo el gallo.
-
Gracias, señor Gallo-
respondió la ratita.
-
¿Te casarías conmigo?
-
No lo sé. ¿Cómo harás por las
noches?- preguntó la ratita presumida.
-
¡Quiquiriquí!- respondió el
gallo.
-
Contigo no puedo casarme,
porque me despertaras con ese ruido cada noche.
El gallo se fue malhumorado. En eso que
llegó el perro.
-
Buenos días, Ratita. Nunca me
había dado cuenta de lo bonita que eres. ¿Te quieres casar conmigo?- dijo el perro.
-
No lo sé. ¿Cómo harás por las
noches?- preguntó la ratita presumida.
-
¡Guauuu, Guauuu!- respondió
el perro.
-
Contigo no puedo casarme,
porque tu ruido me despertaría cada día.
El perro se fue cabreado gruñendo, y al
rato apareció un burro tranquilo.
-
Qué bonita eres. ¿Te quieres
casar conmigo, ratita?- preguntó el burro.
-
No lo sé. ¿Cómo harías por la
noche?
-
YyyyyyyaaaYayyyaaaa –
respondió el burro.
-
¡Uy no!. Eso me despertaría.
– dijo la ratita.
El burro se fue cabizbajo y avergonzado
por el camino.
Un ratoncito que vivía cerca de la
ratita, había estado siempre enamorado de ella en secreto. Este día, cuando la
vio tan bonita y bella, se acercó y le dijo.
-
¡Buenos días, vecina! Siempre
estas tan hermosa, pero hoy mucho más.
-
Hoy estoy muy ocupada, no
puedo hablar contigo.
El ratoncito se marchó cabizbajo.
Al rato apareció un gato que le dijo.
-
¡Buenos días, Ratita. ¿Te
quieres casar conmigo?
-
Tal vez, pero ¿Cómo haces
cada noche?
-
¡Miauuu, miau!- contestó el
gato.
-
Contigo me casaré, pues con
ese maullido me acariciarás.
El día de la boda, el gato invitó a la
ratita a una rica comida para celebrar el matrimonio, pero cuando la ratita
presumida se acercó a la cesta para ayudar al gato, que estaba preparado una
hoguera donde cocinar, vio que en ella no había nada.
-
¿Dónde está la comida?-
preguntó la Ratita.
-
La comida eres tu- le espetó
el gato enseñando sus colmillos.
Cuando el gato estaba a punto de comerse
a Ratita, apareció el ratoncito vecino, que los había seguido por desconfianza
del gato. Tomó un palo de la fogata y lo puso en la cola del gato que salió
huyendo asustado.
La Ratita agradeció al Ratoncito, y éste muy nervioso le
dijo.
-
Ratita. Eres la más bonita.
¿Te casarías conmigo?-
-
Tal vez, pero ¿cómo harás
cada noche?-
-
¿Por las noches? Dormir y
callar. ¿Qué más?- dijo el ratoncito.
-
Entonces, contigo me quiero casar.
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